Una mañana cualquiera
en la fragua sin tiempo
se cuelan los sueños,
caminan en las huellas
que amanecen mis pasos
en los dorados rayos que besan mis mariposas.
Suave brisa mueve las hojas
en los árboles se refugian heridos luceros,
parpadean silenciosos cristales
y sangran heridas de horizontes
jugando en la hojarasca voraz
de estas flores huérfanas de primavera.
Se mecen las alas de mis aves dormidas
y el viento derrama su alquimia
en las letras esclavas de mis plegarias,
hechizo de pupilas en el ósculo de la tarde
sueños errabundos de una noche
mutilada sobre los peldaños de la esperanza.
Eolo, disfrazado de vendaval
se esconde en el murmullo
de las ramas que agitan tu nombre
y vuelves a mí, en la sangre azabache
que recorre cada acequia
convirtiendo en luz a esta tierra pagana.