Un cielo infinitamente celeste,
mientras el silencio se refugia en la piel
y al alba vuelan nacaradas golondrinas
en espiral de hojarasca y cenizas.
Florecen soles en el pincel de la tarde,
se abren sendas de viento y espuma
caminando en las huellas de antaño
y sin ropaje, al alma transmutan.
Ya la noche cierne su holocausto
en los telares de oculto paraíso,
cómplice, la luna, entre velos
derrama rasguños de plata y sangre.
Polvorientas heridas se diluyen
en la penumbra del horizonte,
un bostezo de luz grita su naufragio
para redimir sus sueños y mis días.
Alzo mis ojos, me pongo de pie
el tiempo, sin relojes, se detiene
extiendo mis manos y, en un rezo
tu voz me envuelve en su estela de fuego.
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